Refrigerador (1913): cómo funcionaban los primeros sistemas de gas para conservar alimentos
Imaginar el hogar sin un refrigerador resulta casi imposible en pleno siglo XXI. Sin embargo, apenas hace poco más de cien años, la conservación de alimentos dependía de recursos naturales como el hielo, las bodegas subterráneas o la proximidad a ríos y lagos. La llegada del refrigerador doméstico, especialmente el modelo desarrollado en 1913, marcó un hito en la historia de la vida cotidiana al ofrecer una solución mecánica y autónoma que transformaría los hábitos alimenticios y la economía del hogar. Aquel invento representó la culminación de décadas de investigación científica y de innovación tecnológica, dando paso a una nueva era en la que la frescura y la seguridad alimentaria dejaron de ser un privilegio estacional.
Los orígenes de la refrigeración doméstica en la era industrial
Del hielo natural a los sistemas mecánicos: la evolución tecnológica
La necesidad de mantener los alimentos frescos durante más tiempo acompañó a la humanidad desde sus albores. Antiguas civilizaciones como la egipcia, la griega y la romana ya utilizaban cuevas naturales para almacenar nieve y hielo, logrando así conservar sus productos perecederos en condiciones relativamente frescas. Durante siglos, estas técnicas rudimentarias se mantuvieron prácticamente sin cambios, limitándose al uso de espacios fríos en bodegas subterráneas o en construcciones especiales conocidas como casas de hielo, que permitían almacenar bloques de hielo cortados en invierno para utilizarlos durante los meses más cálidos.
A mediados del siglo XVIII, el escocés William Cullen dio un giro fundamental al demostrar en 1748 que era posible generar frío de manera artificial mediante la evaporación de éter etílico. Este experimento sentó las bases científicas de la refrigeración moderna, aunque pasarían décadas antes de que dichos principios se aplicaran de manera práctica y segura. En 1834, el estadounidense Jacob Perkins patentó el primer dispositivo de compresión de vapor, estableciendo así un sistema cerrado que permitía enfriar de manera continua sin necesidad de recurrir al hielo natural. A finales del siglo XIX, el alemán Carl von Linde perfeccionó los métodos para licuar gases, abriendo la puerta al uso de sustancias refrigerantes como el amoníaco y el alcohol metílico en máquinas frigoríficas industriales.
El contexto histórico de 1913 y la necesidad de conservar alimentos
El cambio del siglo XIX al XX estuvo marcado por profundas transformaciones industriales y sociales. La urbanización creciente alejaba a las familias de las fuentes naturales de hielo y de los espacios rurales donde tradicionalmente se conservaban los alimentos. Las ciudades en expansión requerían soluciones más prácticas para garantizar que la carne, los productos lácteos y las verduras llegaran en buen estado a los hogares urbanos. En este contexto, la industria comenzó a experimentar con sistemas mecánicos de enfriamiento que pudieran instalarse en espacios reducidos y operar de forma autónoma.
En 1913, el ingeniero estadounidense Fred W. Wolf comercializó un modelo de refrigerador doméstico conocido como Domelere, que utilizaba gas y componentes mecánicos para generar frío sin depender del hielo natural. Este dispositivo, aunque costoso y todavía poco accesible para la mayoría de las familias, representó un avance significativo al demostrar que era posible llevar la refrigeración artificial al ámbito doméstico. En paralelo, otras compañías como General Electric habían comenzado a fabricar unidades que operaban con anhídrido sulfuroso, aunque aún presentaban riesgos importantes debido a la toxicidad de los gases empleados. La búsqueda de alternativas seguras y eficientes se convertiría en una prioridad para los fabricantes de la época.
Cómo funcionaban los primeros refrigeradores de gas
Los componentes básicos del sistema de refrigeración por absorción
Los refrigeradores de la época empleaban principalmente dos tipos de tecnologías: la compresión de vapor y la absorción. En el caso de los sistemas de absorción, desarrollados por el francés Ferdinand Carré en el siglo XIX, el proceso se basaba en la capacidad de ciertos líquidos, como el agua, para absorber gases refrigerantes como el amoníaco. Este método no requería un compresor mecánico, sino que utilizaba una fuente de calor para generar el ciclo de enfriamiento. El amoníaco se vaporizaba en un evaporador, absorbiendo calor del interior del refrigerador, y luego era reabsorbido por el agua en un absorbedor, completando así el ciclo.
El sistema de absorción resultaba atractivo porque era relativamente silencioso y no necesitaba partes móviles de gran complejidad. Sin embargo, su eficiencia dependía del suministro constante de calor, lo que podía provenir de gas natural, queroseno o incluso electricidad en algunos modelos más avanzados. A pesar de sus ventajas, el uso de amoníaco presentaba riesgos significativos, ya que este gas es tóxico y corrosivo, lo que obligaba a diseñar dispositivos con sistemas de sellado muy robustos para evitar fugas peligrosas.
El proceso de enfriamiento mediante gases refrigerantes primitivos
En los refrigeradores de compresión de vapor, el proceso comenzaba con un compresor que elevaba la presión del gas refrigerante, lo que a su vez aumentaba su temperatura. Este gas caliente circulaba luego por un condensador, generalmente ubicado en la parte trasera del aparato, donde liberaba el calor acumulado al ambiente exterior. Al enfriarse, el gas se transformaba en líquido y pasaba a través de una válvula de expansión, reduciendo su presión y su temperatura de manera abrupta. El refrigerante, ahora en estado líquido y frío, entraba en el evaporador situado en el interior del compartimento refrigerado, donde absorbía el calor de los alimentos y del aire circundante, evaporándose nuevamente para reiniciar el ciclo.
Los primeros modelos de 1913 utilizaban sustancias como el éter metílico, el cloruro de metilo o el amoníaco como refrigerantes. Cada uno de estos compuestos presentaba propiedades termodinámicas favorables para el enfriamiento, pero también riesgos considerables. Los escapes de cloruro de metilo podían resultar letales, mientras que el amoníaco, aunque eficaz, era altamente irritante y peligroso en caso de fuga. Estos inconvenientes impulsaron la búsqueda de alternativas más seguras, lo que finalmente condujo al desarrollo de los clorofluorocarbonos en las décadas posteriores, aunque estos últimos también resultarían problemáticos para el medio ambiente.
Ventajas y limitaciones de los refrigeradores de principios del siglo XX

Beneficios revolucionarios para la conservación de alimentos en el hogar
La introducción del refrigerador doméstico supuso una revolución en la manera en que las familias gestionaban su alimentación. Antes de su llegada, la conservación de alimentos frescos dependía de métodos limitados como la salazón, el secado, el ahumado o el uso de cajas de hielo que requerían un suministro constante de bloques congelados. Con el refrigerador, los hogares podían mantener carnes, lácteos, frutas y verduras a temperaturas que ralentizaban la proliferación de microorganismos nocivos, prolongando así la vida útil de los productos y reduciendo el desperdicio alimentario.
Este avance tecnológico también tuvo un impacto directo en la salud pública, al disminuir la incidencia de enfermedades transmitidas por alimentos en mal estado. La posibilidad de mantener los productos a menos de cuatro grados centígrados inhibía el crecimiento de bacterias como la listeria, que podía seguir activa incluso cerca de cero grados. Además, la refrigeración facilitó la diversificación de la dieta, ya que permitió el acceso a alimentos que antes solo estaban disponibles en épocas específicas del año, mejorando así la nutrición y el bienestar general de las familias urbanas.
Desafíos técnicos y riesgos de los primeros modelos
A pesar de sus ventajas, los refrigeradores de 1913 enfrentaban importantes limitaciones. Su elevado costo, que oscilaba entre quinientos y mil dólares de la época, los hacía prácticamente inaccesibles para la mayoría de los hogares. Para poner estas cifras en perspectiva, dicho monto equivaldría hoy a miles de dólares ajustados por inflación, lo que restringía su uso a familias de alto poder adquisitivo o a establecimientos comerciales que podían justificar la inversión en términos de rentabilidad.
Además del precio, los primeros modelos presentaban problemas de seguridad derivados del uso de gases tóxicos y volátiles. Las fugas de amoníaco o cloruro de metilo podían causar intoxicaciones graves e incluso explosiones, lo que generaba una comprensible reticencia entre los consumidores. Los sistemas de sellado y aislamiento aún no estaban perfeccionados, y el mantenimiento de estos aparatos requería conocimientos técnicos especializados que no siempre estaban disponibles. La fiabilidad mecánica también dejaba mucho que desear, ya que los compresores y las válvulas podían fallar con relativa frecuencia, obligando a costosas reparaciones.
El impacto del refrigerador en la vida cotidiana de 1913
Cambios en los hábitos alimenticios y la economía doméstica
La adopción gradual del refrigerador doméstico transformó profundamente los patrones de compra y consumo de alimentos. Antes de su existencia, las familias debían realizar compras diarias en mercados locales para garantizar la frescura de los productos, una rutina que demandaba tiempo y esfuerzo considerable. Con la llegada de la refrigeración mecánica, se hizo posible adquirir alimentos en mayores cantidades y almacenarlos durante varios días, optimizando así la gestión del tiempo y reduciendo la frecuencia de las salidas al mercado.
Este cambio también influyó en la organización del trabajo doméstico, liberando a las mujeres, que tradicionalmente se encargaban de estas tareas, de parte de la carga logística asociada a la provisión diaria de alimentos frescos. La economía doméstica se benefició al reducirse el desperdicio de productos perecederos y al permitir el aprovechamiento de ofertas y descuentos en compras al por mayor. A su vez, la industria alimentaria comenzó a adaptar sus procesos de producción y distribución, dando origen a cadenas de frío que permitirían, con el tiempo, el transporte de alimentos frescos a largas distancias.
La transición de las cajas de hielo a los sistemas modernos de refrigeración
El paso de las tradicionales cajas de hielo a los refrigeradores mecánicos no fue inmediato ni homogéneo. Durante varias décadas, ambos sistemas coexistieron en los hogares, ya que las cajas de hielo seguían siendo más asequibles y no requerían instalación eléctrica. Sin embargo, la dependencia del suministro regular de bloques de hielo, que debían ser entregados por repartidores especializados, representaba una limitación logística significativa. Los refrigeradores mecánicos, en cambio, ofrecían autonomía y consistencia en el enfriamiento, sin necesidad de intervención externa constante.
La popularización definitiva de los refrigeradores llegó en las décadas de 1920 y 1930, cuando los avances en la producción en masa y la introducción de refrigerantes más seguros, como los clorofluorocarbonos desarrollados por Thomas Midgley, redujeron tanto los costos como los riesgos asociados a estos aparatos. La electrificación progresiva de los hogares urbanos también facilitó su adopción, convirtiendo al refrigerador en un símbolo de modernidad y progreso. A mediados del siglo XX, prácticamente todos los hogares de los países industrializados contaban con uno de estos dispositivos, consolidando así una transformación que había comenzado tímidamente en 1913 con aquellos primeros modelos de gas que marcaron el inicio de una nueva era en la conservación de alimentos.